Aquél domingo con su sol de mediodía, cálido y potente, como pintado en el cielo amplio y celeste, ya presagiaba algo de lo que podía llegar a suceder en aquella andanza. Sería tal vez por esa especie de impulso o energía, que se sentía recorriendo el ambiente... no lo sabía, simplemente preferí, tranquila, dejarme llevar... Abierta al azar de los encuentros, me susurré por dentro. Y así arranqué, camino hacia el barrio.
Entrando por una calle, larga y bien ancha, podía ver a Valentina, que haciendo señas con sus brazos por el aire, venía hacia mi encuentro. Nos hallamos ambas y comenzamos a caminar rumbo al corazón del barrio, donde nos esperaban el Mono y Guille, acompañados de los chicos que nos habían invitado a participar de la jornada.
Muchas cosas por hacer.... lo inesperado también...
Jugamos, entonces, a inventar colores y a adivinar sus mezclas. Y así pintamos los postes de la canchita del barrio, junto con los más pequeños y los más grandes también. Pronto pudimos descubrirla llena de vida, con colores murgueros, alegres... qué más...
Pensé entonces, en los partiditos que se armarían los sábados por la tarde y a los vecinos del barrio, a propósito, envolviendo aquella pista, hinchando por algún equipo... me animé a imaginar a los gurises, atolondrados, correteando y haciendo travesuras en algún rincón...
Una mezcla de olores distintos empalagaban las narices de todos, aunque no saciaban el hambre que teníamos. Compartimos luego, el almuerzo, juntos, entre pan tostado y unos choripanes que habían asado los chicos, ahí nomás, al lado de la canchita.
Y escaparnos de la modorra inevitable que invita la hora de la siesta...
Continuamos el trabajo colectivo, haciendo de mil maneras diferentes.
La biblioteca ambulante también
Era un ropero blanco, mediano, de tres puertas y un changuito de supermercado, tapado de maderas en las cuatro caras, que funcionarían como vehículo para transportar los libros, cuentos y revistas. "Conseguimos juntar 600 libros ya", nos relataba entusiasmada una de las chicas... "Fue una idea que tuvimos, y cuando le comentamos a los vecinos, les pareció muy linda"
Mientras el Mono comenzaba a garabatear algunas formas y dibujos sobre el ropero, Guille, Valentina y yo, fuimos armando diferentes colores, muchos colores otra vez.
soles, autos, estrellas flores, corazones, cielitos lindos niños dibujados con largas sonrisas
Y los chicos pintaban, como encantados. Algo de magia.
Una frase le daba el toque final "Biblioteca móvil y popular"La música continuaba repiqueteando y alegrando la jornada; alguna cumbia podía escucharse sonando cercana y alguito de chamamé también. Entre tanto, vecinos habían organizado un torneo de truco, en donde participaban varias parejas; un grupo de jóvenes se encontraba amuchado en un recoveco, compartiendo alguna cerveza... las mujeres del barrio ya se encargaban de hacer tortas fritas para la merienda, mientras mateaban, sentadas a la orilla de algún rancho. En cada esquina algo distinto iba aconteciendo.
Finalmente el mural, en una de las casas que ofreció un vecino, de por ahí nomás.
Nuevamente todos construyendo, de a poquito.
Mientras los hombres blanqueaban la pared, otros íbamos conversando acerca de lo que podíamos plasmar en los muros.
Algo, alguna imagen...
apenas un atisbo que pudiese decir del barrio, anunciarlo, cantarlo, gritarlo... tal vez.
Y fue surgiendo, juntos, entre todos.
La canchita y los chicos jugando algún partido, los murgueros tocando sus bombos. Las mujeres del barrio bailoteando con vestidos de colores. Era todo una fiesta.
Y así pasó la tarde. Mientras el sol se iba escondiendo de a tramos, en alguna esquina del cielo.
Resultó un día hermoso. "Algo" que entre todos habíamos construido, cada cual con su pedacito. Un nuevo brote.Entreencuentros, componiéndonos... conectando. Qué más...
Entonces nos despedimos de los vecinos y de los chicos que se encontraban todavía dando vueltas por ahí; y mansamente, juntos, retomamos camino hacia la calle de pavimento, la misma que nos había arrimado al barrio.